Un viejo chiste que circula en el mercado señala que a un inversor, ganador de un 200% con su portafolio de acciones de alto riesgo, se lo veía apesadumbrado y con cara de enojo.
Entonces un colega del recinto de la Bolsa le preguntó ¿Por qué tenés ese gesto “amargo” después de todo lo que ganaste?
Es que debí apostare el doble, respondió el codicioso operador.
La misma lógica parecerían aplicar algunos grandes apostadores de caballos que se juegan “100 a 1” a ganador.
Sucede que la motivación, en ambos casos, seguramente es el deseo de obtener una jugosa ganancia como para justificar el gran-y excitante-riesgo de jugarse “el todo por el todo”.
Y los grandes operadores del mercado financiero (a guisa de “levantadores de apuestas”) conocen esa tendencia de muchos inversores que “disfrutan” con la adrenalina que les genera la volatilidad de su cartera más la supuesta esperanza de obtener ganancias inesperadas, más allá de cualquier pronóstico.
De esa manera se explica porque algunas inversiones, como los bonos “basura” o los volátiles US Treasury Bonds a 30 años de plazo tienen tantos adeptos a pesar de que ofrecen menores retornos que otros activos de igual categoría y/o más cortos en el tiempo.
Y esa realidad va contra toda la teoría financiera, la cual establece que el inversor demandaría mayores retornos por las inversiones de largo aliento ya que, va de suyo, sufren más alzas y bajas a la vez que conllevan un riesgo superior.
Por lo tanto parecería que la expectativa “que algún suceso imprevisto” potencie la rentabilidad a obtener azuza la codicia de algunos jugadores y los equipara a aquellos que gastan grandes sumas en billetes de lotería cuando el premio a recibir parece mas atractivo.
En resumen, todos quieren encontrar a la próxima Apple.
Sin embargo durante los últimos tres años ese modelo especulativo permitió cosechar magras ganancias en el mercado accionario, con escasas excepciones como la que representó la ya mencionada compañía que dirige Steve Jobs.
Por otro lado el caso de los Bonos de Tesoro de EEUU, tan demandados en épocas turbulentas como las actuales, merece un análisis aparte.
Y eso es así porque los rendimientos esperados de esos títulos crecen en forma más o menos interesante hasta los cinco años de plazo, pero están planchados en los vencimientos más largos. Es decir exactamente al revés de lo que indica la teoría.
Entonces una razón para ese “desarbitraje”, si se descarta una próxima suba fuerte de tasas, podría ser que los inversores desean poseer solo bonos muy líquidos que tengan amplio mercado y se puedan vender rápidamente a precios razonables.
Y sobre todo en estos momentos en que existe la sensación que el otro mercado de bonos maduro del mundo, el europeo, se encuentra cerca del abismo.
Por tanto las preferencias de muchos inversores se inclinen por los Treasury de vencimiento a un año o, aún, menor plazo.
De acuerdo a ello los rendimientos de esos títulos se encuentran en un piso muy bajo por lo cual existe una oportunidad para aquellos ahorristas que acepten colocar su dinero con un horizonte de inversión de más largo plazo.
Por ejemplo, el Treasury a dos años rinde 0,65% anual mientras que el de tres años promete una rentabilidad de 1,15% a un año. Entonces la diferencia de tasa entre los dos bonos de igual calidad pero doce meses de diferencia en el vencimiento es casi del 100%.
Pero igual cálculo indica que entre los bonos de cinco y treinta años la diferencia también alcanza al 100%, pero a plazo muchísimo más largo
Entonces podría decirse que, a la inversa del juego de lotería, los inversores eligen pagar caro tanto por los instrumentos de baja como por los de alta volatilidad, ya que la alternativa treintañal debería ofrecer un diferencial de ganancias más suculento.
Pero todo ese comportamiento anómalo podría explicarse por la existencia de una de las más rentables herramientas especulativas de las últimas décadas: el “carry trade” de monedas.
Y ese tipo de operaciones funciona de manera tal que, por ejemplo, un inversor toma créditos en una divisa a baja tasa de interés (por ejemplo el Yen) y lo invierte en otra moneda cuyo mercado pague mayores tipos de rendimientos (por ejemplo el dólar australiano).
Y eso a pesar que en esa alternativa los riesgos son significativos ya que, al ofrecer las inversiones en moneda de Australia mayor renta, también existen posibilidades de depreciación más altas en esa divisa debido a los peligros inflacionarios, los cuales diluirían el valor del signo monetario.
Sin embargo todas esas amenazas parecen estar incluidas en las primas de riesgo de las mencionadas transacciones de apalancamiento, ya que se realizaron durante los últimos treinta años en forma permanente y en la mayoría de los mercados financieros.
Esa permanencia en el tiempo permitiría deducir que, en promedio, muchos de quienes jugaron con esos productos de inversión obtuvieron buena renta con sus apuestas.
Pero, si algunos ganaron dinero es porque otros lo resignaron de alguna manera, depende de que lado de la “cancha” se estuviera parado.
Por ejemplo si la moneda que pagaba mayor tasa y en la cual se invirtió el préstamo tomado (en nuestro ejemplo los dólares australianos) sufriera una importante devaluación frente a la moneda de origen de la transacción (en nuestro ejemplo el Yen) habría fuertes pérdidas para quienes se hubieran apalancado.
Y lo mismo sucedería si la moneda en que se tomó el crédito bancario (otra vez el Yen) se revalorizara fuertemente.
En ambos casos el apostador de nuestro ejemplo podría recomprar menos Yenes (revaluados) con los australianos (devaluados) en los cuales invirtió su dinero.
Y ese tipo de movimientos entre las monedas, precisamente, es lo que suele ocurrir en momento de pánico de mercado como los actuales.
Y, ante ese temor, los inversores colocan su dinero en bonos muy líquidos y seguros aunque poco rentables (Treasuries de corto plazo) o deciden correr grandes riesgos pero a cambio de importantes ganancias por lo cual apuestan su dinero, por ejemplo, en bonos corporativos cortos por debajo del “grado de inversión”.
Por esas razones se encuentran muy demandados, y por lo tanto sobrevaluados, dichos instrumentos financieros, ubicados respectivamente en los extremos opuestos del riesgo financiero.
Como es posible ver ningún fundamento macroeconómico sustenta esa realidad, sino simplemente el deseo de obtener mejores ganancias en momentos en que el mercado financiero global brinda pocas oportunidades para cumplir dicho objetivo.
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lunes, 25 de abril de 2011
Es usted un buscador de la próxima Apple?
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