martes, 13 de septiembre de 2011

Reflexiones de un argentino que vivió el S-11 en vivo y en directo

El 11 de septiembre de 2001, día de la tragedia de las Torres gemelas, me sorprendió en Estados Unidos.
Entré en mi oficina pocos instantes después de que el primer avión impactara y dije: “Atentado”. Me respondieron: “Las autoridades no han informado eso”.
Con el segundo choque, aun sin información oficial , quedaban pocas probabilidades de que fuera un accidente. Luego se informó por la tele quién había sido el “cerebro” utor del atentado.
Mi cabeza de argentino desconfiado me llevó a preguntarme rápidamente: ¿por qué se supo quién fue el autor intelectual 10 horas después y no 10 horas antes?
Hice esa pregunta a un colega durante la cena y me respondió: “Ya se sabe quién fue, y eso es todo”. Capítulo cerrado.
En definitiva, se trataba de la respuesta de alguien que, tal como le pasaba a muchos otros de sus conciudadanos, estaba aterrado y no podía entender cómo en su propio territorio, tan cuidado y custodiado, hubiera pasado algo así.
Por lo tanto, mejor encontrar rápido al culpable para cerrar el tema y la angustia. Sin embargo en ese entonces todavía la sociedad americana, y el mercado financiero, vivían momentos de esplendor
Muchos años después retorné a New York. Volví a ver el impacto de la crisis en vivo y en directo, fue otra cosa.
Me hizo recordar una escena de la película Ceguera, basada en el libro de Saramago, que retrata a los habitantes de una ciudad caminando a tientas, sin saber qué hacer o dónde ir, producto de que todos se quedaron ciegos de golpe y temporalmente.
El primer impacto fue en el aeropuerto JFK: parecía el de un país emergente que quedó en el tiempo. Un rato más tarde pasamos por la puerta del “Memorial a las víctimas del atentado” y quise visitarlo. ¡Había que pagar para hacerlo!
Difícil de entender, como también resultaba difícil ver personas que
en esa zona vendían libros con fotos del atentado a 14 dólares.
Posteriormente observé cómo a algunos colegas del medio financiero
les cuesta terminar de entender que se produjo una implosión. Pero
también piensan que los tiempos dorados volverán rápidamente, sólo
con cambiar algunos directores de bancos y con efectivas arengas
marketineras.
Es posible ver, por ejemplo, cómo un gran banco, ayer comprador de
otros bancos y hoy salvado por el gobierno, publicita en los diarios
sus plazos fijos, mencionando su solidez trayectoria en el mercado.
O como uno de los (ex) Bancos de Inversión más poderosos del
mundo, luego comprado por un banco, también en decadencia,
mantiene sus enormes y lujosas oficinas en el World Financial Center,
un edificio emblemático de la city.
Parece que cuesta un poco tomar conciencia de lo que pasó. Algo que
se percibe la crisis, con 650.000 nuevos desempleados.
Y también es llamativo que el mercado tome como buena noticia el
aumento de 5% en la venta de propiedades, olvidando que la mitad
de esas ventas provienen de remates por hipotecas impagas.
Mientras tanto, alguna cadena televisiva muestra el ejemplo de
“emprendedores” que aún de las crisis sacan ventajas y siguen
adelante: “Algunos lloran y otros venden pañuelos”.

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