Actualmente, los portafolios invertidos en los mercados maduros (como los EE.UU. o Europa) suelen ofrecer una relación riesgo/ retorno de menor atractivo; por lo tanto, muchos inversores globales eligen comprar activos de renta fija de los llamados “países emergentes”, como la Argentina, en busca de mejores ingresos.
En ese sentido, es usual que los bancos de inversión y brokers del mundo muestren a sus clientes alternativas para depositar el dinero en obligaciones de empresas o Estados de distintas partes del mundo, desde Asia hasta América Latina e, incluso, algunas naciones del continente africano.
Sería útil recordar algunos conceptos básicos a tener en cuenta al momento de realizar colocaciones financieras en algunas de las regiones del mundo mencionadas.
Por ejemplo, ¿por qué ganan o pierden valor los bonos de países como Perú, Argentina u otros emergentes?
En nuestro país, algunos analistas atribuyen los movimientos en los precios de los bonos argentinos casi exclusivamente a las acciones de gobierno, y argumentan que las decisiones del Ejecutivo son las que impactan, casi exclusivamente por sobre otros factores, en el volumen de compras (por confianza) o ventas (por desconfianza) de bonos soberanos locales.
Bajo esa línea de pensamiento, la suerte de aquellas personas que decidieran dirigir su dinero a títulos de nuestra nación (como el Bonar V o el Cupón atado al PBI, por ejemplo) quedaría atada fuertemente a los vaivenes de la política local o a las declaraciones de tal o cual funcionario. Y, bajo ese supuesto, probablemente invertir en deuda soberana de nuestra nación sería una alternativa solamente viable para personas cuya audacia y apetito de ganancias superara, y por lejos, a su sentido común.
¿Será ése el esquema de decisiones para un inversor global?
Sin dudas, a la hora de elegir un país o empresa en la que destinar los ahorros, se tratará de reunir la mayor cantidad de información posible sobre el particular.
Pero aunque muchas veces se pueda reunir una gran sumatoria de datos acerca de aquellos a quienes se les va a confiar dinero, está probado por la experiencia que inevitablemente los resultados de tal indagatoria serán parciales y a veces confusos.
Por lo tanto, necesariamente, el deseo de obtener mayores ganancias será la guía preponderante de la decisión a tomar, aunque se cuente con información parcial.
En ese sentido, podríamos imaginar una escena en cualquier ciudad del mundo, en la cual una persona de ciertos recursos económicos analiza cuánto beneficio le rinde su portafolio de inversiones globales. Los resultados de ese estudio probablemente mostrarían que el dinero depositado en bonos del Tesoro de los EE.UU. a 10 años de plazo rinde actualmente el 2,70% anual, mientras que las acciones de la Bolsa de Nueva York bajaron cerca del 5% últimamente, y el monto colocado en bonos corporativos de las empresas más grandes del mundo hoy permiten un retorno de sólo el 2 o 3 por ciento al año. Además, casi seguramente, la inflación alcanzará o superará esos posibles márgenes de ganancias.
Lógicamente, entonces, ese inversor comenzaría a buscar otras alternativas que le permitieran superar la magra renta que logra de su canasta de inversiones en los países maduros.
Y, tomando en cuenta esa necesidad, probablemente dirija su atención hacia los llamados “países emergentes” que, como el nuestro, ofrecen oportunidades de obtener retornos de hasta dos dígitos en bonos de deuda de sus gobiernos y empresas.
Claro, probablemente también se medirán los riesgos de quebrantos en una apuesta como la descripta y, tomando en cuenta ese factor, seguramente se decidirá volcar sólo una pequeña parte de los activos financieros –digamos 10%– a las llamadas naciones en desarrollo.
Quienes coincidieran con los conceptos comentados hasta aquí, podrían también obtener una primera conclusión: el mayor apetito de ganancias es el primer y principal factor que moviliza a los dueños del dinero de todo el mundo a invertir en universos más riesgosos.
Y, luego en segundo término, se pensará si la relación riesgo/retorno de ese posible mercado receptor de fondos justificaría el riesgo a asumir.
Por cierto, ese razonamiento lo realizarán no sólo las personas sino también los grandes fondos y bancos de inversión del mundo.
En el Río de la Plata. Lo antedicho, acerca de cuáles serían los factores que dinamizan la demanda de activos financieros emergentes, se podría corroborar con un informe brindado por la agencia Bloomberg, la cual opinó acerca de las razones que permitieron el importante crecimiento de los valores del Cupón atado al Producto Bruto Interno (PBI) en pesos de nuestro país en las últimas semanas.
Para dicho medio, el referido aumento de precios estaría más ligado al humor de los inversores en Wall Strett que a cuestiones internas de nuestro país.
Y la explicación técnica de ese concepto sería que la evolución de los precios de la deuda argentina y el de los valores de la bolsa americana (índice S&P) serían casi simétricos, en sus alzas y bajas.
Por lo cual quedaría sellada la mutua interdependencia en el comportamiento del mercado global con nuestra plaza local, más allá de otros factores que pudieran suceder en nuestra tierra.
Otro dato a tener en cuenta, y que refuerza lo anterior, es la evolución del costo del “seguro contra default”. Dicha cobertura es la que pagan los inversores para asegurarse de que si el Estado argentino no honra sus deudas, una empresa de seguros global asumiría tal obligación. Y el costo de esa prima de riesgo disminuyó casi un 30% en las últimas semanas.
Lo expuesto demuestra que carece de sentido que nuestro país se encuentre signado por una estimación tan alta de default (riesgo país) como la actual, ya que, en la era poscrisis del año 2001, siempre se demostró voluntad de pagar los vencimientos de deuda.
Algo parecido sucede en el extremo occidental de América del Sur. Y para situarnos en otro país cuya historia tiene puntos de contacto con el nuestro, podríamos mencionar a Perú, que también estuvo lejos de constituir un lugar seguro para los inversores durante largos años.
Ese derrotero de inestabilidad, tal vez, comenzó el 1º de enero de 1879, cuando la nación peruana decretó su primer default y encargó a un general de su ejército, Mariano Ignacio Prado, renegociar los compromisos financieros en Londres.
Ratificando ese escenario de incertidumbre, digamos que hasta el año 1990, la tasa de inflación peruana ascendía al 7.500% anual.
Sin embargo, durante los últimos años las cosas mejoraron en ese lugar del mundo desde el punto de vista de las finanzas y los mercados.
Por lo tanto, y dejando atrás sus reiteradas crisis, Perú logró convencer a los inversores internacionales para que confiaran en sus emisiones de deuda, que se realizan, además, en divisa local.
En ese sentido, y durante el año 2006, se emitió un bono de deuda a 20 años denominado Nuevo Sol. Un año más tarde se lanzó otro bono similar pero a treinta años de plazo. Y el mercado financiero global aceptó comprarlo e incorporarlo a su portafolio de inversiones.
Como es posible ver, una nueva realidad parecería tomar fuerza en varios de los castigados mercados de nuestro continente.
Nuevos emergentes. ¿Y qué pasa en otras partes del mundo? Siempre en la búsqueda de mayor rentabilidad, otros países del mundo, sobre todo los asiáticos, se agregaron últimamente a las preferencias de los inversores más sofisticados.
En ese sentido, Filipinas logró atraer flujos de capitales financieros con emisiones de deuda soberana a 20 y más años de plazo. También México y Uruguay ofrecieron últimamente, y con éxito, nuevas oportunidades de deuda local a largo plazo y nominada en divisa nativa.
¿Qué conviene recordar a la hora de invertir en los “nuevos” países emergentes?
Durante los primeros siete meses del año 2010, según informó la firma EPFR Global Tracker, los flujos de capitales especulativos ingresados en los mercados emergentes superó los u$s 21.600 millones, más del doble que el año anterior.
Vale entonces enfatizar que la evolución de las plazas mencionadas dependería, en primer lugar, de la presencia de capitales especulativos globales dispuestos a arriesgarse a cambio de buenas ganancias y, sólo en segundo término, de lo que suceda en las economías locales.
Complementariamente, sería útil no olvidar que en nuestro país acostumbramos a medir todo en dólares de los EE.UU. Y cualquier inversión en otra divisa, sobre todo las de los países en desarrollo, conlleva el riesgo de pérdida de su valor frente al billete verde. Algo difícil de soportar a la hora de sacar cuentas de los rendimientos obtenidos.
Por lo expuesto, convendría también ser cautos a la hora de decidir la magnitud de dinero a invertir en esa clase de activos especulativos.
Finalmente, podríamos decir que, si hasta la solvencia de muchos países maduros con “historia de buenos pagadores” se encuentra actualmente en duda, más aún los países y empresas recientemente “bien mirados” por los mercados necesitarán recorrer un largo camino para demostrar en el tiempo su capacidad para honrar las deudas que contraigan. Única alternativa válida para consolidar la confianza del inversor global.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Breve guía para invertir en mercados emergentes
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