En la reunión del Grupo de los 20 (G20), celebrada este fin de semana en Corea, el esfuerzo de los ministros de finanzas presentes se focalizó en lograr un acuerdo global para detener la guerra de monedas, arma peligrosa y utilizada con el fin último de mejorar su balanza comercial por las naciones económicamente más poderosas del planeta.
Según algunos analistas, ésta es “la primera vez” que tales funcionarios de alto rango generaron un ambiente conjunto de discusión sobre los tipos de cambios globales con la meta de contener las amenazas de una posible escalada proteccionista en el terreno del comercio mundial, sobre todo entre los dos grandes contendientes: China y los Estados Unidos.
Cada cual atiende su juego. El año pasado el Grupo de los 20 sugirió que uniría los criterios de sus países miembro con el fin de establecer estrategias conjuntas que ayuden a sostener la –entonces– incipiente recuperación de la economía global. Pero la realidad demostró que en el cónclave finalizado el 23 de octubre cada nación defendió sólo sus intereses particulares, sin tener en cuenta ni un ápice de las necesidades conjuntas a escala mundial.
Y en ese contexto de todos contra todos, los EE.UU. atacaron a China por la subvaluación del yuan; no obstante, a su vez, Beijing denostó contra los norteamericanos por inundar el mercado con liquidez excesiva.
Mientras tanto, el ministro de Economía alemán, Rainer Brüederle, criticó al presidente de la Reserva Federal (FED), Ben Bernanke, por la laxitud aplicada en la política monetaria de su país, pero también embistió contra China y le solicitó que “abra sus mercados”.
Por si fuera poco, Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo (BCE), señaló que “combatir los riesgos de deflación fue también una contribución a la prosperidad global”. Sin embargo, su región fue en sentido contrario a tal premisa y aplicó planes de ajuste al consumo, mientras que el objetivo que buscó Bernanke con sus emisiones de dinero fue revitalizar la demanda, bajo la crítica de los europeos.
Para aumentar la confusión general el comunicado de la conferencia señaló que los países del G-20 “ejercerán la totalidad de las políticas tendientes a reducir los desequilibrios en cuenta corriente manteniéndolos en niveles sostenibles”, aunque no se acordó ninguna medida concreta a tal efecto.
Por lo expuesto, parece muy lejano creer que en las actuales circunstancias existirá un mínimo acuerdo para resolver las divergencias entre las partes. Ya sea por intereses contrapuestos o políticas divergentes, más que lejano parece imposible la llegada de una resolución común.
El fondo de la cuestión. Está claro que un problema central que opera como freno al crecimiento de la economía global lo constituyen las diferencias en los balances de cuentas corrientes (comercio de bienes, servicios y rentas) de los distintos países, ya que algunos gastan en exceso y otros ahorran demasiado. Por lo tanto, la disputa acerca de los tipos de cambio es sólo una –muy poderosa– herramienta, útil para dirimir dichos desajustes.
Así que, aunque la propuesta lanzada en la reunión acerca de que la brecha en los balances comerciales tuviera un límite que no excediera el 4% pudiera tener alguna razonabilidad, tal sugerencia parecería lejos de reunir mucho consenso, al menos por ahora.
La realidad es que al G-20 le falta actualmente la energía necesaria para alcanzar acuerdos, y tal vez por ello el primer ministro indio, Manmohan Singh, señaló que el organismo muestra “serias dificultades” para conseguir progresos en la idea de poner límites a los desbalances de cuenta corriente de las naciones.
La devaluadad presencia de Brasil. Fue notoria la ausencia en Corea de una delegación brasileña de primera línea. Tanto el ministro de Economía, Guido Mantega como el presidente del Banco Central, Enrique Meirelles, permanecieron en casa, y corrió por cuenta del secretario de Asuntos Internacionales de la cartera económica, Marcos Garvalo, la representación del país latinoamericano.
Con esa estrategia Brasilia evitó transitar una situación de enfrentamiento con los EE.UU., ya que mientras los norteamericanos insisten a los países emergentes para que revalúen sus tipos de cambio, el gobierno del presidente Lula da Silva se encuentra buscando caminos para quitar vigor al real.
A la vez resultó conveniente mantener a los funcionarios de mayor rango dentro del país ya que, a sólo ocho días de la segunda vuelta comicial, el principal foco de discusión en las finanzas locales se refiere a los riesgos que acarrea la fortaleza de la divisa para el comercio internacional y la inflación en el estado brasileño.
Más aún si se toma en cuenta que la oposición al Partido de los Trabajadores (PT), liderada por el gobernador de San Pablo José Serra, mejoró sus futuras chances en las urnas combatiendo la actual política monetaria del presidente Da Silva, alegando que falló en detener la apreciación del real con el consecuente daño a la economía nacional.
En síntesis, el concepto de “bien escaso” se da en la actual coyuntura global, ya que se refiere a aquel recurso del que existe una cantidad limitada y que, debido a la utilidad que proporciona, tiene un alto valor en el mercado.
Pues bien, el consenso (versus “sálvese el que pueda”) y la amplitud de miras que se percibe en las estrategias de las grandes potencias resultaría cumplir el rol de acervo faltante.
lunes, 25 de octubre de 2010
Falra de acuerdos y de medidas concretas,el saldo del G20
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