Desde mediados del 2009 comenzó a asomar en el mundo una guerra financiera global, caracterizada por los esfuerzos de los países centrales –casi “todos contra todos”–, para fortalecer el potencial exportador de sus economías.
Y, en esa batalla, hay que saber que resultaría imposible que la totalidad de las naciones depreciaran su tipo de cambio conjuntamente con el objetivo de vender más productos. En otras palabras, para que un Estado pueda vender su producción hace falta que sus vecinos estén dispuestos a comprarle.
Sin embargo, la realidad recorrió un camino totalmente opuesto a esa simple lógica, y la mayoría de las economías del planeta trataron –e intentan actualmente– sortear los efectos de la crisis a través del aumento de los superávits de sus balanzas comerciales.
Inicialmente, la batalla tuvo como epicentro a los EE.UU. y a China, en permanente y opuesta puja sobre que valor debía tener el yuan.
Luego, se sumaron al combate el euro, la libra inglesa y otras monedas del mundo.
Por este motivo llegamos hoy a una situación de enfrentamiento de tal magnitud que llevó al Ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, a definirla ante el diario Financial Times como una “guerra cambiaria internacional”, en la cual cada país desea debilitar al máximo el valor de su divisa con el objetivo de aumentar las transacciones de sus productos hacia el resto del mundo.
Y ese deseo resulta razonable ya que, como resultado de la impresionante caída de la demanda global, los gobiernos con divisas que son aceptadas por el resto del mundo en transacciones cambiarias y comerciales (dólar norteamericano, euro, etc.) adoptaron grandes programas de expansión monetaria, lo que permitió expandir el poder de sus divisas en todo el planeta.
Mientras tanto, otras regiones cuyos signos monetarios carecen de la fortaleza de los anteriores, sólo pudieron controlar sus mercados de cambios internos, para tratar de impedir una revalorización tal de su circulante que perjudique la comercialización de los excedentes exportables.
En el caso de nuestro país, por ejemplo, la intervención del Banco Central en la compra y venta de dólares logró mantener el tipo de cambio en los límites prefijados por la autoridad monetaria.
Sin embargo, algunos jugadores como Brasil –hasta ahora–, permitieron que su moneda se apreciara frente a la canasta de divisas globales.
Por supuesto, no es ésta la primera vez que se desata un conflicto mundial por establecer la supremacía del valor de la moneda de un país o región en detrimento de los demás, lo que en otras palabras implica tratar de imponer el patrón monetario que maneje el comercio internacional y que, por lo tanto, sería el requerido por los bancos centrales para atesorarlos.
En ese sentido, y hace veinticinco años, los gobiernos de los EE.UU., de Alemania Occidental, de Francia y Japón acordaron permitir y favorecer la depreciación del dólar, moneda que ya no contaba con el respaldo del patrón oro.
Y, tanto en aquel momento como n la actualidad, los EE.UU. buscaron depreciar su moneda, pero ahora no puede negociar con sus aliados como otrora, ya que tienen que vérselas con China, que no quiere un debilitamiento del dólar, porque reduciría el potencial exportador del Dragón hacia el resto del mundo y, sobre todo, hacia sus principales compradores, los estadounidenses.
Pero, además de lo expuesto anteriormente, la situación del mundo en general se modificó a partir de la crisis económica y financiera global del 2008.
Por consiguiente, desde el inicio de ese crítico período el mundo desarrollado sufre una caída en su nivel de actividad y demanda interna casi crónica. Y, como ejemplo de esa situación podríamos decir que ninguna de las seis grandes economías del mundo occidental –los EE.UU., Japón, Alemania, Francia, Inglaterra e Italia– recuperaron sus niveles de producto bruto comparándolos con el primer trimestre del 2008.
Es más, esas naciones se encuentran en cuanto a su actividad productiva un 10% por debajo de aquel momento, lo cual se refleja claramente en el hecho de que los precios de las mercaderías que producen se encuentran prácticamente en zona de deflación.
En consecuencia, esas economías occidentales cifran en el comercio exterior, hacia los mercados emergentes sobre todo, sus expectativas de reponer la alicaída actividad.
Luego, esto representa una situación muy compleja, no sólo porque las naciones en desarrollo tienen sus propias ambiciones de negociar sus productos hacia los mercado del exterior, sino porque los emergentes caerían en déficit de cuenta corriente (egresos de divisas mayores a las entradas por el mismo concepto) si aceptaran adquirir todo el flujo de bienes que se les quieren vender.
Paralelamente a lo anterior, y dado que los países maduros ofrecen actualmente menores oportunidades de obtener rentabilidades financieras suficientemente atractivas, los capitales especulativos globales se desplazan hacia nuevos mercados, como los países del continente asiático, Brasil, Perú o la Argentina. Así que durante el corriente año éstos últimos alcanzarán un flujo positivo de ingreso de fondos cercano a los u$s320.0000 millones. Esta invasión de divisas extranjeras aumentará la demanda de la moneda del país al cual se dirijan, presionando al alza el precio de ésta.
Como se sabe, la mayoría del dinero especulativo tiene como objetivo la compra de instrumentos financieros de corto plazo, por lo cual están lejos de realizar inversiones en la economía real. Y por su carácter de “capitales golondrinas” pueden originar enormes desequilibrios en los países que los reciben, sobre lo cual existen sobrados antecedentes en nuestro continente.
Un caso interesante relacionado con lo anterior lo constituye la reciente oferta internacional de acciones de la compañía brasileña Petrobras por u$s80.000 millones, que contó con una entusiasta adhesión internacional. Por supuesto que no se habla de inversiones directas en bienes o servicios, sino de compra de acciones.
Por otro lado, sería necesario recordar que semejante entrada de divisas extranjeras a las arcas de los bancos centrales refuerzan las reservas de los mismos. Pero también, las divisas que constituyen verdadera salvaguarda para los países son aquellas ganadas por superávits de comercio exterior o inversiones directas en la economía, mientras que los recursos puramente financieros pueden retirarse en minutos a través de los mercados de transferencia de fondos del mundo.
Y, también en relación con el aumento de las reservas monetarias globales, algunos analistas ponderan que las mismas aumentaron en el último decenio cerca de u$s6.500 billones, lo que sirvió a muchas naciones para contar con recursos de efectivo suficiente durante la crisis del 2008. Pero también es cierto que, dados los masivos programas de emisión monetarias de los últimos años, los billetes guardados en las bóvedas de los bancos centrales del mundo hoy sirven para comprar muchos menos bienes que años atrás, sobre todo si recordamos que desde los años previos al crac global mencionado, el mundo soporta una inflación anual de alrededor del 3 por ciento.
Tomando en cuenta las características descriptas hasta aquí acerca de los movimientos en los capitales globales, tanto como su impacto en distintas regiones del mundo, y retomando la frase que disparó Guido Mantega, es bueno preguntarse por qué Brasil levanta ahora su voz de queja.
Y una posible respuesta sería que la nación hermana llegó al límite de una situación que permitió durante bastante tiempo.
Nos referimos a que la revalorización del real no fue un hecho novedoso o casual. Porque, si bien el gobierno del presidente Lula Da Silva siente hoy amenazado el potencial exportador de su país por ese motivo, durante los últimos 21 meses fueron pocas las medidas oficiales tomadas para impedir que el real brasileño ganara más de un 40% de valor frente al dólar.
Asimismo, y con la ayuda del Banco Central de Brasil, la tasa de interés de referencia del mercado brasileño (SELIC) se ubicó en niveles del 10 por ciento.
Por lo expuesto, los capitales financieros pudieron obtener una doble renta en uno de los países emergentes más confiables.
Nos referimos a la sumatoria de la alta tasa de interés mencionada, más las ganancias por diferencia de cambio que implicaban vender dólares a 2,50 reales en diciembre del 2009 y tener la posibilidad de recomprarlos hoy mucho más barato, a 1,70 real por dólar.
Así, las empresas y el Estado brasileño obtuvieron grandes cantidades de fondos de los mercados globales, lo cual se reflejó en la alta demanda que tuvieron las emisiones de bonos de la nación hermana en los últimos tiempos.
Pero ahora, y con razón, el palacio del Planalto muestra su preocupación por el daño que se le podría causar a sus exportaciones, dado el alto precio de su divisa. Y habrá que ver, poselecciones, que caminos se toman para resolver tal situación.
En síntesis, las disputas entre las divisas de las principales monedas del mundo reflejan, simplemente, las diferencias de intereses y los deseos de las grandes potencias de recibir los beneficios de los flujos del comercio internacional, toda vez que las distintas economías locales se encuentran castigadas por la recesión global.
Y, como la lucha se desarrolla entre los actores mas fuertes del mundo, los efectos de la misma serán importantes e impredecibles, y se encuentra aún por develar.
martes, 5 de octubre de 2010
Ganadores y perdedores de la guerra de divisas
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