sábado, 6 de noviembre de 2010

China es potencia, pero el rumbo lo determinará un nuevo gobierno

En China tendrá lugar durante el año 2012 un recambio generacional en las posiciones de poder político y burocrático que afectará la estructura del Comité Central del Partido, el Buró Político y –más importante aun - renovará los integrantes del organismo que ejerce el verdadero control político de la nación, el Buró Político Permanente del Partido Comunista.

Siempre pusimos atención en los cambios presidenciales en los Estados Unidos o algunos países de Europa, pero hoy, con los cambios geopolíticos del escenario mundial, tal vez sería conveniente entender quiénes son y cómo piensan los próximos líderes de la nación asiática, que va en camino a convertirse en la primera economía del mundo en las próximas décadas.

Según la visión de algunos observadores occidentales, existe bastante incertidumbre acerca de cómo se desarrollará el proceso de transición, habida cuenta de la inexistencia de un procedimiento político claro que guíe tal transformación –por ejemplo elecciones generales– y, sobre todo, por los inmensos desafíos que enfrentarán aquellos que asuman las responsabilidades de administrar las políticas públicas en China en el futuro.

Y, para clarificar el porqué de esa aseveración, digamos que el gigante asiático atraviesa una crítica situación “bisagra”, en la cual el viejo modelo productivo que llevó al país a su impresionante crecimiento ya es obsoleto, mientras que, en el plano interno, el descontento social aumenta y, en el externo, el mundo demuestra fuerte resistencia a la manera en que Beijing desarrolla sus relaciones internacionales.

Al mirar detenidamente los intereses sectoriales en juego, se nota un delicado equilibrio entre el liderazgo civil y la creciente influencia de las fuerzas armadas chinas, fuertemente nacionalistas. Sin embargo, y aunque ambos grupos de poder mantienen diferencias políticas entre sí, seguramente se mantendrán aliados a la hora de sostener el régimen existente.

Vale recordar que la influencia militar en las decisiones de poder creció en forma significativa durante lo últimos diez años. Y esto sería lógico si tomamos en cuenta que China, además de convertirse en una potencia global, necesita también garantizar a toda costa la llamada “paz interior”.

Por lo tanto, sería posible que el presupuesto militar chino se incrementase en los próximos años, juntamente con las nuevas necesidades del país en el escenario local e internacional.

Los futuros líderes. El primer grupo de dirigentes que comenzó la construcción de la China moderna fue aquel que formó el Partido Comunista e inició la “Larga Marcha” contra el general Chiang Kai-shek, sucesos ocurridos en 1934.

Quienes los sucedieron, la segunda camada generacional en el ejercicio del poder, tuvieron la tarea de enfrentar a Japón durante la Segunda Guerra Mundial.

La tercera generación sostuvo la guerra civil, y permitió la fundación del actual Estado en el año 1949, mientras que la cuarta en detentar el poder durante el período posterior a Mao Tse Tung fue quien inició el primer esfuerzo de transformación de la economía del país.

Los próximos dirigentes, pertenecientes a la llamada “quinta generación”, que asumirá el mando en China, difieren en su formación profesional y desarrollo de carrera política en relación con los gobernantes precedentes.

Este grupo de personas, que ocupará plenamente el poder político en algo más de un año, creció y se formó en un entorno totalmente distinto al que vivieron sus predecesores. Los futuros gobernantes se adiestraron durante los años ’60 y ’70 del siglo pasado, mientras transcurría la llamada “Revolución Cultural”, un período durante el cual Mao Tse Tung reafirmó su liderazgo, anulando a todos sus oponentes del Partido Comunista.

De esta manera, en 1966 muchas escuelas y universidades cerraron sus puertas y sus estudiantes fueron enviados al campo a realizar tareas rurales. Entre esos trabajadores rurales se encontraba –probablemente– el próximo presidente chino, Xi Jinping.

Pero una vez finalizada la Revolución Cultural, muchos de esos jóvenes pudieron retomar sus estudios universitarios, volcándose sobre todo a disciplinas tales como el derecho, la economía y las ciencias sociales.

Una característica distintiva de este grupo social es que muy pocos accedieron a la posibilidad de estudiar en el exterior de su país, lo que limitó sus conocimientos y visión geopolítica universal.

Dos grupos. La sumatoria del poder en China durante el próximo cuarto de siglo se dividirá en forma balanceada entre dos grupos, bien marcados por sus diferencias, los populistas y los elitistas.
Los primeros están liderados por el actual premier, Hu Hintao, e insertos en la Liga Juvenil Comunista de China. Su actividad e influencia se despliega sobre todo en las ciudades industriales y las organizaciones políticas que los guían. Además sostienen la necesidad de mantener la centralización del poder para garantizar la estabilidad social y así profundizar un esquema redistributivo del ingreso que alivie las desigualdades, equilibrando de esa manera las profundas disparidades regionales.

Por su lado, con sesgos ideológicos y prácticos opuestos al grupo anterior, los elitistas –liderados por el ex presidente Jiang Zemin– tienen su usina de poder en la glamorosa, rejuvenecida y pujante Shanghai, la ciudad considerada la perla de China.

En directa relación con la privilegiada urbe que los contiene, los elitistas guardan entre sus objetivos el mantener el crecimiento chino con eje sólo en las ricas y modernas ciudades portuarias, las cuales encabezan actualmente el desarrollo del Dragón.

Pero, sobre todo, se diferencian de los populistas por su prioridad de modificar la estructura productiva de la China actual para colocarla definitivamente en el liderazgo de la competitividad global, aun a riesgo de sacrificar el bienestar de algunas de las zonas más atrasadas del país.

¿Serán estos dos grupos capaces de cogobernar a pesar de sus diferencias? Eso está por verse, ya que populistas y elitistas representan dos grupos con propuestas de modelos sociales claramente divergentes.

Las tensiones entre ambas fracciones provienen del pasado, y aún llevan a cuestas las antiguas diferencias entre el norte (Beijing) y el sur (Shanghai), tanto como las añejas dificultades de los sucesivos gobiernos centrales para dominar a las provincias del llamado “lejano sur” chino (la poderosa Guandong , y el delta del Río de las Perlas) además de la permanente ansiedad de Beijing por controlar los intentos separatistas de Tíbet, Taiwán y Xinjiang.

En ese contexto aparece el conflicto que se proyecta al siglo XXI, entre el centralismo de unos y los deseos de los otros por lograr una China más competitiva, desarrollando las regiones más fuertes con socios tecnológicos del exterior y sin restricciones de centralización o consideraciones hacia las regiones económicamente menos dinámicas.

De todas formas los dos grupos en pugna, si bien antagónicos, seguramente tratarán de unificar sus posiciones para mantener la gobernabilidad del país y la paz social, que envuelve a más de 1.300 millones de habitantes.

Por lo expuesto, se espera que las sillas en el próximo gobierno serán equitativamente repartidas, de manera de lograr un balance de poder y evitar las ya conocidas purgas y contrapurgas.

Así que existiría entre los actores de ambas fuerzas un acuerdo tal que permitiría que China continúe con su economía orientada a la internacionalidad, realizando las reformas estructurales necesarias para evitar el grave fantasma del desempleo.

No obstante, un doble problema enfrentarán los futuros líderes chinos. Por un lado, las provincias costeras, que crecieron sobre la base del modelo exportador en los últimos 30 años, reducirán su ritmo de crecimiento debido a las menores ventas al exterior. Y, a la vez, las comarcas más pobres reclamarán mayor ayuda para suplir sus escasas ventajas competitivas.

Ambas situaciones requerirán atención para mantener condiciones de estabilidad social en un país en el cual conviven decenas de etnias –y lenguas– diferentes, algunas de ellas enfrentadas por divergencias centenarias.

Las Fuerzas Armadas Chinas. En muchos casos, el Ejército Popular de Liberación de China fue determinante para mantener la estabilidad social y política del país, visto desde el punto de vista del grupo gobernante.

El gigante asiático necesita mantener vías seguras para la provisión de suministros básicos como la energía, los insumos industriales y los alimentos. Como muchos de esos productos provienen de regiones de ultramar, algunos analistas consideran que Beijín se esforzará en el cuidado de las vías marítimas de acceso a su territorio, especialmente el estrecho de Ormuz y la Malasia, y a la vez tratará de reducir los riesgos de piratería y terrorismo, tanto como potenciales acciones hostiles de eventuales enemigos como los EE.UU., Japón o India.

Por esto es que el rol de sus fuerzas armadas, hoy bien entrenadas y provistas tecnológicamente, se incrementaría en el futuro.

Conclusiones. Durante las últimas décadas las relaciones políticas, económicas y financieras interregionales se transformaron a ritmo vertiginoso.

Si a mediados del siglo pasado los nombres del poder eran Washington o Moscú, hoy el centro de la escena global lo ocupan naciones que en aquel entonces fueron casi ignoradas, como China, India, o algunas de Medio Oriente.

Pero tanto en aquel momento como ahora, y aún con nuevos interlocutores, prevalece en las relaciones internacionales el ansia por controlar el comercio y los mercados por la vía política que fuera necesaria. En ese sentido convendría recordar el pensamiento que Goethe puso en boca de Fausto: “El comercio, la piratería y la guerra forman una trilogía inseparable”.

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