A partir del día 3 de noviembre, momento en que el banco central de los Estados Unidos (FED) anunció que ampliaría sus emisiones de dólares a través del llamado quantitative easing, un cúmulo de especulaciones y hechos concretos se derramaron sobre los mercados financieros globales.
El resultado de tal anuncio derivó en el alza de las Bolsas, un mayor debilitamiento del dólar y, consecuentemente, la apreciación de las demás monedas participantes de la cesta de divisas globales.
Para muchos especialistas, la nueva emisión de los EE.UU. constituirá una “nueva lluvia de dólares” que dudosamente ayude a lograr que la economía americana mejore su anémico crecimiento.
Sin embargo, para otros analistas, la nueva expansión monetaria resultaría una cantidad muy moderada, si se la compara con el tamaño de la economía norteamericana.
Por consiguiente, la movida del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, tendría objetivos políticos antes que económicos. Los mismos serían mostrar que el organismo que preside, criticado reiteradamente por su ineficacia a la hora de reducir los índices de desempleo, retomó la iniciativa, volcando mayores dosis de dinero al mercado con el fin de apuntalar la demanda, y así generar nuevos puestos de trabajo en un país cuyo producto bruto interno está formado en un 70% por el consumo.
De igual manera, la decisión tomada podría ser una forma de controlar las discusiones por los tipos de cambio en la próxima reunión que sostendrán los mandatarios del Grupo de los 20 (G-20) en Seúl durante el corriente mes.
Se sabe que cuando entró en recesión la economía americana, sus autoridades utilizaron una mezcla de estrategias para estimular su recuperación. En el caso de los EE.UU., las herramientas elegidas fueron bajar las tasas de interés y potenciar los gastos del gobierno, todo ello con el fin de estimular la actividad económica y los gastos de los consumidores.
Tanto la administración del presidente Bush como la de Barack Obama impulsaron las medidas mencionadas.
Sin embargo, dos años mas tarde, los resultados distan de ser halagüeños, ya que tales programas resultaron insuficientes y existe la percepción de que todo lo que pudo obtenerse a través de los mismos ya se ha logrado. Por lo cual, la nueva inyección de fondos poco ayudaría a mejorar la actividad productiva americana.
En particular, la mayor oferta de dinero gubernamental –básicamente papel impreso– se realizaría con el fin de impulsar las mayores compras de los ciudadanos y las empresas, que por alguna razón prefieren ahorrar sus excedentes en vez de gastarlos. Además, y al menos en teoría, se reduciría el costo del crédito en toda la economía.
También permite que el banco central oriente las nuevas porciones de liquidez que libera hacia aquellos sectores productivos que más ayuden al objetivo de generar nueva riqueza.
Sin embargo, otras autoridades monetarias –como el Banco Central Europeo (BCE)– rechazan tal metodología, ya que creen que aumentar la oferta monetaria podría generar inflación. De ese modo, los aumentos en los precios carcomerían el poder adquisitivo de los salarios y restaría apoyos políticos.
Los números sobre la mesa. La FED anunció que su política expansiva la llevará a liberar unos u$s600.000 millones al mercado desde este mes hasta julio del?2011, lo cual implicará imprimir unos u$s75.000 millones mensuales.
Esto parecería mucho dinero, pero su importancia se relativiza al considerar que el total del circulante en los EE.UU. es de u$s8,7 trillones.
Así que el crecimiento planeado de la oferta monetaria sólo representaría el 0,86% mensual, lo cual podría ser calificado de “normal”, ya que la FED mantuvo un promedio de aumento del dinero en circulación de un 0,55% cada 30 días y durante los últimos 50 años.
En otras palabras, la nueva emisión de greenback estaría dentro de parámetros aceptables y sería poco probable que impactara con fuerza en futuras presiones inflacionarias.
Razones. Por lo expuesto, el accionar de la FED tendría poco efecto en la economía.
Correspondería preguntarse entonces qué razones la impulsaron a recorrer el camino descripto. Según la agencia de informaciones Stratford, existirían al menos dos motivos para ello.
El primero sería mostrar?que la economía del país se mantendría en el buen camino, dado que los riesgos de inflación estarían controlados, el gasto del consumidor habría mejorado sustancialmente desde el inicio de la crisis del?2008 e, inesperadamente, los últimos datos mostraron un repunte en el índice de la construcción, sector productivo que normalmente sería el último en recuperarse después de una recesión, ya que en dicha situación normalmente existe un gran stock de inmuebles para la venta.
En segundo lugar, la FED y la Casa Blanca, actuando en conjunto, estarían tratando de influir en la agenda de la próxima reunión del G-20 para inducir a los Estados a que se abstengan de buscar alternativas que debiliten sus monedas.
Ese objetivo le conviene a los EE.UU., pero perjudica a los demás países –sobre todo a China y a Japón– que tratan de mantener sus tipos de cambio lo más bajo posibles, con el fin de apropiarse de la mayor cuota de las exportaciones globales que fuera posible.
Por supuesto, las razones por las cuales Norteamérica puede jugar a devaluar su moneda y a la vez pedir a los demás que no sigan el mismo camino son conocidas, puesto que el dólar americano representa el 42% de todas las transacciones globales y cerca del 75% de las reservas de los bancos centrales de todo el mundo.
Además, el gobierno americano, que al?emitir y devaluar su moneda provoca la conflictiva revalorización de las divisas de muchos países, le mostraría a sus contrincantes del comercio internacional –al estilo cowboy– los riesgos de entrar en una disputa con las autoridades del mayor mercado consumidor del mundo.
La pregunta del millón sería entonces: ¿tales estrategias aplicadas por la Casa Blanca no servirían para empeorar los riesgos existentes de una guerra comercial generalizada en todo el planeta?
lunes, 8 de noviembre de 2010
Razones ocultas de la nueva inyección de dólares de la FED
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