martes, 30 de noviembre de 2010

Sepa que continente se encuentra en la “pole position” para esta década.

“Esta va a ser la década de America Latina”, señaló hace pocos días el Banco Interamericano de Desarrollo, que se sumó de esta manera a la opinión de otros analistas que destacaron últimamente la existencia de las condiciones objetivas necesarias en nuestro continente para fortalecer el crecimiento de la economía regional y mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.

Por supuesto está por verse si somos capaces de generar las condiciones políticas, además de aprovechar la coyuntura global existente, para cumplir con esos pronósticos.

Y es que mientras los países maduros se convirtieron desde el estallido de Lehman Brother¨s en permanentes usina de malas noticias y peores predicciones sobre su propio futuro (default, deflación, desempleo, etc), las naciones de nuestro continente demostraron que salieron reforzadas de la crisis financiera y global iniciada en el año 2008.

En ese sentido, y según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI) creceremos un 5,7% durante el año 2011, mas del doble que lo proyectado para EEUU (2,4%) y cuatro veces más que las estimaciones de generación de riqueza de la Unión Europea (1,6%).

Será hora pues de trabajar para aprovechar las grandes oportunidades existentes pero también de poner atención a las amenazas que nos asechan, que están lejos de ser menores, todo esto con el fin de transformar muchos años de frustraciones en un futuro más próspero para nuestra región.

Y uno de los riesgos más significativos en tal camino tiene suficiente envergadura como para ser analizado antes que nuestras fortalezas.

Nos referimos al peligro que representa el ingreso masivo e irrestricto de capitales financieros globales, los cuales llegan por miles de millones de dólares tanto a las Bolsas como a los mercados inmobiliarios de América Latina, con la real amenaza de que por ello se generen las famosas “burbujas especulativas”, cuyos estallidos suelen generar crisis financieras parecidas a las que ya vivimos en los finales del siglo XX.

Además, buena parte de esos dineros puede retirarse tan rápidamente como llegaron y por tanto generar importantes ahogos financieros en nuestros mercados que aún se encuentran en etapa de desarrollo, tal cual sucede actualmente en varias economías europeas y como aconteció durante distintos momentos de los años 80 y 90 desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia-

Sin embargo, y aún con un ojo en la luz roja descripta, es innegable que las políticas de estado llevadas a cabo durante los últimos diez o quince años nos permiten mirar de forma optimista el futuro continental. Y, en parte, la mejor coyuntura actual sería la consecuencia del período 2001/2010 en el que vivimos una época de estabilidad macroeconómica, con baja inflación, menor endeudamiento en relación a nuestro pasado y balances fiscales mucho más equilibrados.

Sin embargo la verdadera batalla ganada por Latinoamérica durante la última década fue la de generar mayor empleo, con inclusión educativa creciente e incorporación al consumo de buena parte de nuestros 600 millones de habitantes.
Por tanto la mejora en el ingreso de las personas, aún con enormes disparidades, se transformó en una realidad que engrosó las clases medias de muchos países del área.

Y la llave económica de tal prosperidad fue sin dudas la explotación de los recursos naturales, alimentos y minerales sobre todo, los cuales tienen la particularidad de ser bienes cada vez más escasos y, a la vez, con demanda creciente en todo el planeta.

Por otro lado, correspondería tenerlo en cuenta, la onda expansiva de la crisis financiera global iniciada en el año 2008 hizo escasa mella en las economías de nuestras naciones, tanto por la baja existencia de los llamados “activos tóxicos” (como las hipotecas sub prime) en las carteras del sistema financiero continental y en los portafolios de los inversores particulares, como por el bajo endeudamiento público y privado de la región.

Por todo lo expuesto el gran desafío inmediato será, nada menos, generar las condiciones de productividad e inversión que permitan utilizar el enorme flujo de divisas provenientes de las exportaciones de materias primas para desarrollar industrias innovadoras con fuerte agregado de “inteligencia”, servicios, salud y telecomunicaciones, entre otras.

Y todo ello sería posible, una y otra vez, solo si se mejoran los estándares de educación y salud existentes en la actualidad. Porque ello enriquecería la calidad de la mano de obra y su período de vida útil, nada menos, reduciendo también los crecientes costos en atención médica y de pensiones a la vejez.

Por cierto todo lo anterior deberá ir de la mano de un gigantesco salto en la calidad y cantidad de servicios de infraestructura como energía eléctrica y transporte. En ese sentido, valga la comparación, mientras nuestro continente asigna el 2,5% del PBI regional para inversiones en tales ítems China destina casi el 9% de la riqueza nacional para esos fines.

Claro que el desafío de generarnos un futuro de prosperidad y mejor distribución de ingresos es difícil de transitar.
Pero, quizá, la actual coyuntura global nos brinde la oportunidad histórica de hacer nuestro esfuerzo en ese sentido, sobre todo porque desde el costado político las estructuras del viejo mundo se tambalean, lo cual obliga a las grandes potencias a mirar un poco más hacia adentro de sus fronteras para sobrevivir, quedándoles menos recursos para inmiscuirse en cuestiones de los vecinos.
Y, algo es seguro, si así no lo hiciéramos a nadie “de afuera” podríamos echarle la culpa.

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