jueves, 9 de diciembre de 2010

Irlanda: lo bueno, lo malo y lo peor

Al hablar de la República de Irlanda, hoy en el foco de la opinión pública internacional, es imposible obviar una parte de sus antecedentes mas o menos cercanos y, por tanto, recordar que durante la segunda mitad del siglo XIX esa país soportó la peor hambruna de su historia debido a una plaga que destruyó la principal –casi única-fuente de ingresos nacionales, la agricultura, durante cuatro años seguidos.
Entonces, año 1848, más de un millón de personas murieron de hambre y se inició una corriente emigratoria que redujo prácticamente a la mitad la población estable de la isla.

Sin embargo, a fines del siglo veinte, los celtas recorrieron el camino inverso y lograron convertirse en un polo económico de fuerte impulso, tal que atrajo a decenas de miles de personas hacia sus costas.

Pero, sería conveniente recordarlo, crecer no es sinónimo de desarrollarse, por lo cual el panorama volvió a modificarse actualmente debido a una crisis generalizada de su aparato productivo.
Cabe entonces preguntarse: ¿que caminos se recorrieron para que el llamado “tigre celta” se encuentre hoy, nuevamente, al borde de la quiebra y con un nivel de desempleo que supera el 14%?


Razones del auge

Hacia fines del año 1980 el estado europeo padecía alta inflación, la deuda era del 150% de su PBI y el desempleo rondaba el 18,5%, mientras el déficit público alcanzaba el 11% del producto interno bruto, todo lo cual llevó a buena parte de su población a emigrar buscando mejores horizontes de supervivencia.

Sin embargo en el año 1987, y a partir de un acuerdo social entre el estado y las empresas, la economía de la isla comenzó a crecer a tasas del 8% promedio, lográndose un importante aumento de las exportaciones, sobre todo maquinarias, productos químicos y software, las cuales tuvieron como destino países como EEUU, Gran Bretaña y Alemania.

Y, dado este impulso productivo, la inversión, el empleo, el consumo y la recaudación de impuestos engrosaron velozmente, de tal manera que entre los años 1995 y 2004 Irlanda multiplicó su ingreso nacional.

En ese sentido vale recordar que algunos analistas soslayaron el esfuerzo de los nativos y atribuyeron el éxito irlandés en gran medida a los subsidios recibidos de la UE, alianza a la cual se incorporó Irlanda en el año 1973, sin embargo tal apreciación sería, por lo menos, parcial. En efecto, el aporte de los socios comunitarios representó históricamente solo el 3/4 % del PBI de la Isla.

Por lo tanto las verdaderas causas del progreso celta se basaron sobre todo en la recepción de inversiones externas, mejoras de productividad, una política educativa inclusiva y razonables apoyos gubernamentales a las empresas privadas, orientadas por un organismo oficial de promoción de las exportaciones altamente eficiente.
Y como resultado de la aplicación de esas estrategias, el país alcanzó un entorno macroeconómico estable, con buen nivel de empleo, balance fiscal ordenado y baja inflación.

De esa manera, por ejemplo, el ingreso per cápita promedio irlandés que en el año 1987 representaba el 63% del correspondiente al Reino Unido, logró superarse en más de USS 3.200 por persona a mediados de la presente década.
Así las cosas, las oportunidades de progreso atrajeron nuevos emprendedores. Y en algo más de diez años el país se volvió atractivo para la inmigración en masa, de manera tal que para el año 2008 uno de cada ocho habitantes de la isla era de origen extranjero, revirtiéndose de esa manera la tradicional tendencia emigratoria de la isla.
A la vez, durante los años 2000, el gobierno irlandés tomó las decisiones clave de alentar la más absoluta libertad de mercado y permitir el ingreso irrestricto de capitales financieros del exterior.
De hecho, Irlanda recibió el reconocimiento en el año 2002 de la Heritage Foundation, (organización americana dedicada a promover políticas basadas en la libre empresa) que calificó a esa república como uno de los cuatro países del mundo con mayor libertad comercial y empresaria.
Sin embargo algunos vientos de esos éxitos escondían, luego se vio, el germen de la actual tempestad.
Motivos de la decadencia
Probablemente las mencionadas políticas de libre mercado y ausencia de controles, que en algún momento ayudaron al crecimiento de la economía, fueron llevadas a un extremo ilimitado, de manera tal que funcionaron luego como detonante de la actual debacle celta.
En ese sentido, por ejemplo, ante el fuerte y constante ingreso de divisas el tipo de cambio efectivo de Irlanda se apreció en un 14% frente a las monedas de sus socios europeos, llegando a un superávit de cuenta corriente igual al 15% de su cuenta corriente, lo cual llevó a la nación a perder competitividad para sus exportaciones.
Por otra parte buena parte de los capitales ingresados fueron de “corto plazo”, y por tanto alimentaron burbujas especulativas en las finanzas y la industria de la construcción.
Y ya se sabe que los inversores se acercan con gusto a una fiesta de buena rentabilidad pero, lógicamente, si temen perder su dinero huyen hacia el dólar o los bonos del tesoro de EEUU.
Así que con la crisis del año 2008 todo empezó a cambiar. Los capitales financieros empezaron a retirarse, mientras que la actividad productiva, la inversión y el consumo se contrajeron tanto que los indicadores macroeconómicos mostraron que se estaba inmerso en la temida “depresión económica”.
Además muchos bancos cayeron en grado de insolvencia y, por si esto fuera poco, la tasa de desempleo se triplicó mientras los mercados financieros se empeñaron en su “corrida” contra el país.
Ante ese escenario el gobierno irlandés se vio en la necesidad de salir a rescatar a su ilíquido sistema financiero, para lo cual destinó USS70.000 millones de las arcas públicas. Así mismo se decidió otorgar garantía irrestricta sobre los depósitos bancarios a los ahorristas, lo cual llevó el déficit fiscal irlandés al 8% del su PBI.
Y la más contundente opinión sobre la actual situación irlandesa la brindó el prestigioso semanario inglés The Economist, al evocar los contenidos del documento “The Bankers”, escrito por el broker-periodista Shane Ross.
En ese paper se denuncia la corrupción existente tanto en empresas privadas como públicas, sumada a rastros de conexiones entre las entidades financieras y los promotores de inflados negocios inmobiliarios, y también la presencia de reguladores demasiado “cercanos” a aquellos a quienes debían controlar. A la vez se castiga conceptualmente a aquellos políticos que “dependieron durante mucho tiempo de los constructores y desarrolladores inmobiliarios para pagar sus campañas”.

El capitulo reciente de una historia que continuará.

Ante el escenario macro descripto, los gobiernos europeos acordaron el 28 de noviembre otorgar un paquete de “rescate” para Irlanda por valor de USS113.000 millones, equivalente al 42% del PBI de ese país.
A su vez eximieron- a contramano del deseo expresado por la premier alemán Ángela Merkel- a los tenedores de deuda celta el hacerse cargo en parte de las pérdidas incurridas por los bancos privados.

Sin embargo esas dos decisiones “market friendly” poco hicieron para calmar el temor de las bolsas europeas, cuyas acciones siguieron declinando al igual que el valor de su divisa, el euro, en un aparente sinfín efecto de “bola de nieve”.

Por lo expuesto, si algo quedó muy claro de la experiencia irlandesa hasta ahora, es que el resultado financieramente positivo de permitir el ingreso irrestricto de capitales de corto plazo puede evaporarse en cuestión de horas, dejando al país en cuestión en pésimas condiciones de liquidez y solvencia.

Y esto bien los saben naciones como España o Portugal, las cuales seguramente miran a cada minuto la evolución del saldo de sus respectivas cuentas de capital temerosos, y con razón, de ser los próximos en la lista de graves dificultades financieras.
Aunque sus líderes políticos se esmeren en declarar lo contrario.

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