Lejos de ser expertos en temas de Medio Oriente decidimos unir, para tratar este tema, nuestro análisis a datos conceptuales provenientes de dos respetadas unidades de Inteligencia global, nos referimos “The Economist Intelligence Unit” y “Straford Geopolitical Intelligence”.
Parecería que, después de treinta años de progreso económico, los egipcios quisieran en primer lugar que la riqueza del país estuviera mejor repartida, pero también disfrutar de una mejor situación política y social.
Sobre el particular todos los indicios muestran que el gobierno del señor Mubarak tendría los días contados, al menos con la forma de administrar el país que utilizó hasta ahora.
Vale aclarar que los temores de occidente acerca de que sectores radicalizados islamista intentaran tomaran el poder tiene cierto fundamento.
Pero también es cierto que el actual mandatario egipcio utilizó esa amenaza potencial para ungirse como único dique de contención al “peligro islámico” cuyos representantes, a decir verdad, hoy tendrían mucho menos poder que en los años 70.
Por supuesto, además, el poder constituido en Egipto recibe al menos USS1500 millones anuales de los EEUU como salario por su supuesto rol de gendarme regional, más la correspondiente licencia para perpetuarse en el poder.
Egipto hoy
Sin duda que el progreso económico de los últimos tiempos modificó el paisaje de esa nación en relación a veinte años atrás, según reconocen quienes la visitaron últimamente.
Y esos observadores señalan, por ejemplo, que al llegar al aeropuerto del Cairo -cuya construcción financió el Banco Mundial-ya no es posible ver a funcionarios sudorosos o controladores de equipaje que usen tecnología antigua para cumplir son sus tareas. Por el contrario, todo respira a modernidad y eficiencia.
Por tanto cualquier hombre de negocios podría trasladarse en un moderno taxi hacia alguno de los lujosos hoteles existentes, o realizar sus compras en cualquier complejo comercial que, por su refinamiento y funcionalidad, nada tienen que envidiar a similares mega complejos de alguna gran ciudad occidental.
O tal vez regodearse en la barra de un suntuoso bar, en la cual se escuchen conversaciones acerca de las casas de la playa y los yates anclados en el Mar Rojo, o se pondere que tan barata resulta la mano de obra en el país de los faraones.
Pero, para aquellos viajeros que quisieran ver “un poco más allá”, la realidad de la ciudad milenaria luciría muy distinta y se verían sometidos, por ejemplo, al desorden de sus carreteras pobladas de carteles luminosos que ofrecen productos cuya adquisición es claramente imposible para la mayoría de los egipcios.
También si el turista de “a pie” prestara cierta atención a “lo que dice la calle” escucharía las quejas acerca de los enormes niveles de corrupción atribuidos al aparato policial, o la imposibilidad de muchas familias de alimentarse y mandar a los chicos a la escuela con un ingreso equivalente a USS150 por mes.
Y, sobre todo, el tema sobre el cual más se habla es la política.
Entonces se hace evidente el hastío de los egipcios tras 29 años de gobierno del Sr. Mubarak, de las aspiraciones crecientes de la población que, sin embargo, se coartan por la dura realidad que les toca vivir. En síntesis, el fin de una era parece aproximarse rápidamente, y ese sentimiento se pulsa diariamente.
Resulta lógico, entonces, que muchos egipcios se sientan a la deriva y confundidos. Después de todo su gobierno lo encabeza un faraón de 82 años que está enfermo y no ungió sucesor. Por tanto la mayor parte del pueblo no conoció otro líder alternativo y creció acostumbrada a dejar que los acontecimientos fluyan con la sensación que poco se podía hacer por cambiarlos.
Y a pesar de que en el próximo mes de setiembre se realizarán las “elecciones” presidenciales muy pocos ciudadanos sienten el deseo de participar de las mismas, ya que su resultado parecía, hasta esta semana, un “voto cantado” para el presidente actual, casi vitalicio.
Sin embargo parecería que muchos egipcios perdieron la paciencia y el sentimiento de resignación, por lo tanto la sensación de un cambio radical está en el aire. Durante muchos años fueron ciudadanos pasivos, pero eso cambió con las nuevas generaciones. Es que buena parte de los jóvenes se educaron y están mucho más expuestos a la influencia del mundo exterior que las generaciones anteriores, y quieren cambios ahora.
Por tanto, según las crónicas que se leen del país, ya son muchos los que dejaron de soportar la democracia formal de un solo hombre, la burocracia centralizada e ineficiente, la venalidad y violencia de las fuerzas de seguridad, tanto como la falta de de una estructura social que contenga a la mayoría.
Quieren escuelas y, servicios de salud dignos para sus familias.
Desde hace tiempo comentaristas egipcios señalan las semejanzas entre el descontento actual y situaciones similares del pasado. Por ejemplo, las de 1952, cuando el ejército echó al rey Faruk y se ganó el aprecio popular.
Pero entonces los cambios de fondo no llegaron, ahogados en las luchas intestinas de los distintos sectores políticos de Egipto, nación cuyas riquezas se concentraron en pocas manos de una elite cosmopolita.
En definitiva ese golpe de estado simplemente ayudó a sustituir la monarquía por una democracia solo formal, que durante los últimos treinta años encabeza un hombre respaldado por la policía secreta y los tanques.
Y las promesas que hiciera ese mandatario acerca de proveer salud, educación gratuita y empleo quedaron casi en la nada, ya que solo se sacó a gran parte de la población de la miseria, pero llevándola nada más que hasta los niveles de pobreza.
Por lo tanto la ideología del “panarabismo”, que pregonó el líder de aquella asonada militar de mediados del siglo XX, Gamal Abdel Nasser, y que propuso la unión de todos los pueblos árabes sin exclusión quedó casi en la nada.
Sesenta años de historia y cuatro presidentas se sucedieron desde 1953 hasta hoy y, una a una, las promesas realizadas por el poder político a la sociedad quedaron incumplidas.
Las escuelas y los hospitales son de acceso público, pero el dinero necesario para estudiar o curarse hace, de hecho, que resulten inaccesibles para muchos egipcios.
La clase media baja, formada por los oficiales de ejército y burócratas, se unió a aquellos señores que supieron derrocar hace tiempo, y ahora comparten el botín entre ellos.
Mientras tanto los mas pobres hacen cola para comprar el pan subsidiado por el estado y a duras penas logran ahorrar dinero suficiente para comprarse un par de zapatos.
Pues bien, aquí y ahora, según distintos analistas el país tendría tres alternativas para capitalizar el descontento y salir de la parálisis actual.
Se podría seguir el camino de Rusia, y un hombre fuerte dentro del actual sistema político llevaría las riendas del país.
O imitar a Irán, cuyos resultados ya conocemos, o bien seguir el camino de Turquía y convertirse en un estado menos frágil y más feliz para todos los habitantes.
Algo es seguro, de aquí a poco el mundo se enterará cual será la alternativa elegida.
miércoles, 2 de febrero de 2011
Egipto: crónica de un desengaño
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